Ya estás frente a la casa, ¿y ahora qué vas a hacer?

No lo sé, señorita, se lo asegura usted, de un lado la cabeza, del otro el corazón.

Este dice que sí, ésta dice que no, ¿cuál es el que más habla?

Ninguno de los dos. Los hombres, sí, son hombres, señal de peligrosor.

Y el hombre de vergüenza se calla y se acabó.

Y escucha, te hablo yo.

Si el cariño a la Susana se le ha acabado ya, y te ha dicho que contigo no quiere ya nada,

y la ves que a la verbena con otro se va, porque quiere la muchacha y es su voluntad,

¿a qué quieres condena, o maldita sea, perseguirla y perseguirla, si ya está arreglada?

Y te ha dicho que contigo no quiere ya nada, pues te muerdes la lengua y te vuelves para atrás,

y le dices al otro, anda y guárdatela.

Y que un honrao cajista dicta se hará, que gana cuatro pesetas y no de vena,

que se acerca una muchacha que siempre forrá, y se quiere casar con ella,

como es la verdad, tenga que tener ahora la boca cerrada, y no decirle a tu nanta,

bribona, arrastra, esto hacerlo yo no puedo, ni nadie lo hará.

Yo la quiero de veras, y es la pura verdad, no le digo yo al otro, anda y guárdatela.

Vamos, Juliánillo, luego dirás que no eres un chiquillo.

No me llame usted niño, señorita.

Cualquiera es su madre.

No me lo repita.

¿Qué harán aquí estos dos? Eso sabe el Dios.

¿Qué hacemos tú? Lo que te dé la gana, daremos otra vuelta a la manzana.